martes, 24 de mayo de 2016

Mimetícese


El pasado fin de semana tenía ante mí esta imagen.



Confieso que tenía la intención de encontrar algo parecido. Era un escenario buscado, sin duda. Sentía la imperiosa necesidad de fundirme con algo natural. Sublime. Salvaje. Exento de nada que no fuera el placer de la contemplación en sí mismo.




Me desprendí de lo superfluo, de lo innecesario. Me dediqué a contemplar durante cuatro horas este paisaje. El color. La inmensidad. A veces, cuando el mar estaba mas revuelto, el golpear incesante de las olas contra la roca. La luz. El todo.




Solo quería mimetizarme. Formar parte. Integrarme. 




Cerré los ojos y sentí como mi rítmo respiratorio se ralentizaba. Como mi mente quedaba en blaco para llenarse de azul y salitre.




Volví a abrir los ojos. Fui testigo del avance de las olas contra unos niños que reían. Los niños ríen, pensé. 



Luego la mar en calma. 


De nuevo la calma total.


En ese momento sentí la felicidad pura. La no dependencia emocional de nada ni de nadie. Un estado superior de conciencia casi místico que me reconectaba de nuevo con mi centro y me hacía retornar a mi misma.


Fui feliz.


Pensé que la felicidad pura consistía en desprenderse de lo superfluo y mimetizarse con lo sublime. 


De vez en cuando es necesario bajar. Aterrizar. Dejar por unas horas la guerra y volver a uno mismo.


La motivación personal comienza por cuidar de nosotros mismos. De volver a nuestro centro. 


Somos frágiles. 


El mejor regalo que podemos y debemos hacernos es vivir en plenitud dentro de nuestro cuerpo y nuestra mente. 


La naturaleza nos ofrece maravillosos paisajes. Busque uno y contémplelo. No haga nada más.





Mimetícese.


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