martes, 30 de agosto de 2016

SOFISTICACION SEXUAL: EL MIEDO A LA LIBERTAD


Etiquetar la orientación afectivo-sexual de las personas se ha convertido en uno de los deportes de masas más ridículo y retrógado que conozco.

Sabido es, que a las mentes menos ventiladas, les apasiona definir y etiquetar a sus semejantes por rango de gustos e inclinaciones diversas, jactándose, orgullosos, de concluir su pobre pensamiento, espetando un “es gay”; “es lesbiana”; “es bisexual”; “es pansexual” o lo que, en definitiva, esté más de moda en un momento dado. Lo importante es reducir y clasificar la personalidad del “diferente” bajo un término que lo defina en su totalidad y sentido y a partir de ese momento, darle el “tratamiento” correspondiente. 


Su sexualidad va a definir toda su persona de antemano.


La sexualidad diversa y alejada de los soporíferos convencionalismos sociales, llega a ser, incluso, clasificada como una enfermedad “que hay que curar”, como una patología lamentable que hay que tratar, lo que adjudica directamente la categoría de “enfermo” a la persona que, simplemente, hace uso de su libertad personal para acostarse o levantarse (o ambas cosas) con quien le apetece.

Quienes me leen ya saben que soy poco o nada amiga de adjudicar etiquetas y definiciones al ser humano por que entiendo que algo tan complejo como el cuerpo y la mente de cada uno de nosotros, difícilmente puede reducirse a un vocablo ya de por sí limitador.

Cuando las mentes poco ventiladas de las que hablaba al inicio de este artículo, hablan de otro hombre/mujer en toda su complejidad y belleza intrínsecas, como “gay”, “lesbiana” y similares, efectúan un ejercicio reduccionista, empobrecedor y definitivamente estúpido del otro, qué, para más in-ri, culmina con un afirmativo “¡Oh!” del receptor del mensaje y de su mente poco ventilada también.

La sexualidad humana, afortunadamente, es compleja y está llena de colores que su vez muestran matices particulares y brillos varios, dependiendo de cada persona, claramente parece que la aplastante realidad de millones de personas en el mundo aún no está clara para otros tantos millones, empecinados en continuar con un irrespetuoso afán clasificador más propio de la Gestapo que de ciudadanos de una sociedad democrática y avanzada.

Recordemos que ya en la Grecia y Roma clásicas (así como en civilizaciones anteriores), homosexualidad, bisexualidad y/o experimentación sexual bajo cualquiera de sus formas, fueron, no sólo aceptadas, si no promovidas y disfrutadas en todo su esplendor y de forma absolutamente natural y socialmente aceptada. 

Desde entonces ha llovido ya lo bastante como para soltar amarras (y mal que le pese a quien le pese): recordemos que nuestro principal objetivo como seres humanos no es otro que el de ser felices (o cuando menos hacer lo posible para intentarlo).

Volvemos aquí a ese culto por el alineamiento del ser. A la obligación constituída, de formar parte del rebaño social. A la necesidad de expulsar de la manada al “diverso” so pena de ser señalado/a con un dedo inquisidor para siempre y tan propio de la estupidez humana.

El prejuicio absurdo y la ignorancia han hecho tanto daño a la necesaria diversificación sexual como la Iglesia Católica, los tres, de hecho, han ido siempre de la mano, como sabemos.


Abogo por des-etiquetar.

Abogo por des-clasificar.

Abogo por des-alinear.


Abogo por des-hacer todo prejuicio y suciedad mental y substituirlo por el conocimiento y la preocupación activa por el otro, independientemente de los muy respetables gustos de cada uno que, en cualquier caso, me parecen enriquecedores y de los que sin duda tenemos mucho que aprender, como en otras esferas de la vida.

Abogo por que cada ser de este mundo, se acueste con quien le dé la gana.

El conocimiento y la preocupación activa por el otro, debe ir muchísimo más allá de si alguien se siente más atraído por hombres o por mujeres o por ambos, en porcentajes distintos y variables y dependiendo de su momento vital. 

El conocimiento y la preocupación activa por el otro debe ir muchísimo más allá de una etiqueta colgada del cuello e injustamente definitoria de toda su esencia, por que una etiqueta jamás definirá a ningún ser humano. 

Somos más complejos y apasionantes por nuestra mera condición de humanos, que por nuestras particulares inclinaciones sexuales y considero necesario, más que nunca, no obviar este punto, concretamente, en este momento incomprensiblemente retrógrado e inundado de estupidez e ignorancia sin límite.

La negación del impulso sexual diverso, diferente del impulso sexual “homologado socialmente”, ha sido y es, fuente de no pocos conflictos psicológicos, sociales, legales e incluso (incomprensiblemente) causa absurda, a día de hoy, de tortura, asesinato y muerte en diversas partes del globo - y sin salir de Europa-. Como en tantas otras esferas, sólo a través de la educación temprana y la natural aceptación de la diversificación sexual, conseguiremos vivir en un mundo más civilizado y tolerante. 

Propongo regresar al modelo griego de aceptación y naturalidad. Al ser humano bello de cuerpo y bello de espíritu. Hay que regresar y promover la amplia y diversa sexualidad humana y no poner trabas ni trampas al deseo que nos mantiene vivos. Al deseo de fusión con otro ser humano, independientemente de género; creencias; procedencia; estatus; independientemente del TODO.

Somos seres sexuados desde nuestro primer minuto de vida y hasta nuestra última exhalación y todos tenemos el derecho de vivir nuestra sexualidad como nos parezca conveniente. 


¿Quién puede atreverse a etiquetar la piel?

¿Quién puede atreverse a etiquetar la esencia ?

¿Quién puede atreverse a etiquetar lo que “ES”?


Y sobretodo, ¿por qué? 


No hay necesidad de etiquetar la magia entre dos seres humanos. 


Entre kilómetros de piel. 

Entre millones de neuronas. 

No hay necesidad de etiquetar la felicidad absoluta bajo cualquiera de sus formas y colores. 

Quien lo hace, de hecho, murió hace tiempo. Es un zombie asexuado que vive entre dos mundos pero no ha llegado todavía a comprender y probablemente, no comprenderá nunca, por que negar la diversidad sexual, en cualquiera de sus múltiples y respetables variantes, es negar la vida y es vivir muriendo cada día un poco más.

La sofisticación sexual y la intelectual, suelen ir de la mano. No voy a citar aquí a los innumerables autores/as presentes en cualquier campo de la cultura; las artes y las ciencias cuya sexualidad dista mucho de la socialmente “recomendada”: necesitaría otro Blog para enumerarlos a todos/as. 

El miedo al progreso intelectual de la humanidad ha estado siempre muy ligado al temor de la realización y progreso sexual, tan complejo, apasionante y mágico en cualquiera de sus formas y variables. En definitiva, al miedo a la libertad del otro. A la amenazante libertad del otro. 

Recordemos que, independientemente del género, nuestro principal órgano sexual es el cerebro. Todo está en la cabeza y el sexo, también. De hecho, nos pasamos el día haciendo el amor con hombres y mujeres en nuestra necesidad de ser comprendidos; escuchados; admirados; aceptados…y lo hacemos sin darnos cuenta, de una forma natural y a veces, imprecisa, pero lo hacemos, sin duda alguna.

Desencadenemos pues cuerpos, almas y cerebros y apostemos por una sofisticación sexual respetuosa y consciente, interiorizada, que nos permita no sólo mirar, si no VER la inmensa sensibilidad que se esconde detrás de una vulgar e innecesaria etiqueta.