martes, 20 de septiembre de 2016

CRIMEN Y CASTIGO


Recientemente tuve la oportunidad de visualizar un campeonato de patinaje artístico del más alto nivel. 

Estaba disfrutando enormemente de la ejecución del ejercicio, cuando la patinadora (campeona olímpica, para más señas), falló una pirueta de extraordinaria dificultad y se estampó contra el suelo para el desconsuelo de todo el público.

La música que acompañaba de fondo a su bellísimo ejercicio continuaba sonando: la patinadora se levantó como si nada hubiera pasado y, mostrando una sonrisa al público de oreja a oreja (que clarísimamente ocultaba el dolor producido por el golpe y la frustación de los puntos con los que la iba a penalizar el jurado), continuó patinando como si nada hubiera ocurrido y dispuesta a darlo todo. 

En la empresa, como en la vida, no podemos permanecer anclados en el error, ni mucho menos anclar a nadie en el mismo. Hay que dejar de contemplar el error como un crimen que ha de ser castigado y contemplarlo como una experiencia, negativa pero –sobretodo- necesaria:


Sin error no hay aprendizaje.

Sin aprendizaje no hay evolución.

Sin evolución una empresa y su equipo, están condenados a morir lentamente.


Las empresas y equipos que mueren lentamente, acaban siendo devoradas por La Competencia.

Esto que parece tan evidente, es sin embargo, una lacra en el mundo de la alta dirección. Un directivo/a no se equivoca jamás. Sus carreras varias, dominio de diversos idiomas, estancias en el extranjero y probado virtuosismo de la gaita clásica celta, no le permiten equivocarse, ni mucho menos, reconocer un fallo (faltaría más). 

Esta actitud tan mezquina y tan contraria a los necesarios valores éticos que se le presuponen a un directivo/a, instauran en las organizaciones una cultura de la perfección mal entendida, acompañada de una cultura del castigo público, acusador y más propio de sociedades medievales que de la empresa que queremos y que hace la vida de todos los departamentos y los responsables que las integran, muy difícil y escasamente productiva. 

Las empresas y los directivos/as con tolerancia 0 al humano (y necesario) error, son organizaciones envenenadas que, por extensión, envenenan a cualquier ser humano que trabaje en la misma e independientemente de su posición en el organigrama empresarial.

La cuestión fundamental aquí es: ¿por qué se vive el error como una tragedia griega? ¿por qué es tan difícil reconocer una simple equivocación? ¿por qué es tan difícil entonar un “mea culpa”?

La explicación es clara: porque se vive el error desde el Ego y se percibe como un ataque directo a la persona, como un ataque directo a nuestra capacidad, a nuestra valía y eso convierte a cualquiera en una diana de la vulnerabilidad social y profesional: nuestra sacrosanta imagen de perfección puesta en evidencia ¡por un error! ¿? ¡No! ¡¡Jamás!! Cualquier cosa antes que reconocer un humano (y valioso): “Sí, me he equivocado”. Es mejor ocultarlo, obviarlo, mentir y en el peor y frecuente de los casos, culpar a otro (normalmente de rango inferior en la jerarquía).


En la jungla de la empresa, cualquier cosa vale con tal de evitar la humillación pública.


El error (el humano y necesario error), alcanza así la categoría de crimen por quienes mandan, institucionalizando un miedo generalizado que no sólo frena la necesaria productividad, si no que se convierte en el flagelo lacerante de cualquiera que ose arriesgar o asumir mas riesgo del necesario o dar rienda suelta a su creatividad y plantearse hacer las cosas desde otra perspectiva. Ya sabemos que el miedo y la culpa son los principales castradores de cualquier ilusión y avance, o lo que es lo mismo, de cualquier proyecto interesante que merezca la pena ser tenido en cuenta. Y la empresa los necesita si quiere continuar viva. Recordemos.

Quien manda desconoce, sin embargo, que la verdadera autoridad, no es la que figura en la puerta del despacho, ni tampoco en la tarjeta corporativa, si no la otra, La Autoridad Moral, que es siempre el resultado de la coherencia entre los valores éticos y los hechos que les acompañan, y ésta, la que no está escrita en ningún sitio, es la que permite que el bendito error tenga lugar, se asuma, se corrija y sobretodo, sirva de revulsivo, de mejora, de reubicación y crecimiento, además de permitir que todos y cada uno de los departamentos y personas que configuran la organización vivan su labor diaria de manera más humana y sin temor a ser despedazados por un superior que no se equivoca jamás.

La excelencia profesional sólo puede tener lugar a partir de la excelencia humana y ésta se construye a base de tropiezos, equivocaciones, decisiones mal tomadas y de levantarse de las muchas y dolorosas caídas que, afortunadamente, tienen lugar. 


A ninguna empresa ni directivo/a debería interesarle alguien que no se equivoque. 

Alguien que no haya cometido errores. 

Alguien que sea pluscuamperfecto y que lo haga todo bien. 


Alguien que ha fallado un salto, -como nuestra patinadora del inicio-, es alguien que ha intentando asumir mucho riesgo, un ser que no se contenta con la mediocridad, que no se conforma con no intentarlo, que no quiere lo que ya tiene, que se aburre ya de la naturalidad con que ejecuta lo habitual y quiere y necesita más. Alguien que busca un 10, en definitiva.

Quien se equivoca es alguien que ha salido de su zona de confort por que se aburría y decidió ir a por más y no quedarse acomodado/a en la pasmosa e intolerable inanición de los que nunca se equivocan y castigan sin piedad a los que lo hacen, con todo el escarnio del que son capaces. 

Demos pues la bienvenida más cálida a nuestros bellos y necesarios errores. Son quienes han hecho posible que lleguemos hasta aquí y seamos lo que somos.

Ninguna universidad, ningún master, ninguna enseñanza nos proporcionará jamás más sabiduría que la de los bellos y los lamentables errores que hemos cometido. Incluso los que mas nos avergüenzan. 

Recomiendo fervientemente la equivocación y el error como agitadores de conciencia y puertas a la excelencia profesional y vital, si queremos construir empresas y equipos fuertes, concienciados y convencidos de la tremenda necesidad de asumir riesgos incluso a pesar de nuestros errores.


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